22 de agosto de 2010

VOY A PILLARLA...

El pasado mes casi la mitad de los jóvenes de la provincia entre 16 y 17 años se emborrachó, al menos, una vez. Otro dato, que no tiene nada que ver con los jóvenes, preocupa más. Según el Plan Nacional sobre Drogas, en la provincia de Cádiz hay 60.000 personas (un 80% varones) que tienen problemas con el alcohol. Es un 6% de la población. Y todo empieza pronto.
Todo empieza pronto para Jesús, de 19 años, sobre las siete y media de la tarde, cuando su madre le llama vago y él la llama zorra, cuando sale de la casa con el portazo que forma parte del ritual. En la calle, ante la primera litrona, se olvida de todo. No hay padre. Bueno, lo hay, pero a él le da igual. Cuando dejó de ser pequeño -y ahora Jesús es muy mayor y lo sabe todo del mundo- su padre dejó de hacer el paripé. Hace tiempo que no le recoge los fines de semana para meterle en un cuarto de la casa en la que vive con la otra mujer, con la que tiene otros dos críos. El no era de esa familia y esos dos niños son unos imbéciles. El será un incordio, pero su padre, y esa mujer, también lo son. Jesús tiene mal vino, como su padre. Bebe y se cabrea, como su padre. Esta noche se ha cabreado en exceso, le ha roto una botella en la cabeza a un chaval no se acuerda muy bien por qué. Fue en el botellódoromo de Jerez. Lo montó el Ayuntamiento para concentrarlos a todos y que se lo pasen bien, porque los jóvenes tienen derecho al ocio y los vecinos al descanso. El despertar ha sido tenebroso. Escuchó los gritos de su madre -qué pesada-, él le dijo que me dejes, ¿hoy no trabajas, joder? Y su madre le zarandeó y él lanzó el puño, que te doy. Y ella gritó, histérica: “¿Qué has hecho, canalla? ¡Es la policía!”.
El currículum profesional del abogado Manuel Hortas está repleto de historias tristes. Trabaja con la asociación ARCA de Cádiz, dedicada a la rehabilitación de alcohólicos, a los que da un asesoramiento legal que tiene que ver con todas las pfiias que comete uno cuando está bebido. En su mesa no hay expedientes de menores relacionados con el alcohol, “lo que tenemos son chavales muy jóvenes que en muy poco tiempo han cometido muchos errores. Pero lo de los menores y el alcohol es un agujero negro. Sabemos que pasan cosas, sobre todo maltrato dentro de la familia, pero eso se queda en casa. En los varones, la principal causa de ese maltrato es el alcohol. Y no son casos tan extraños. El alcohol es un factor que los adultos no observamos, una causa de conductas posteriores”.
José Rodríguez Carrión forma parte de la generación que tomó de pequeño el candié, una mezcla de oloroso y huevo. En su tiempo los niños bebían alcohol como medicina. Con Pepe Carrión se puede compartir una copa porque es un estupendo conversador. Es profesor titular de Salud Laboral en la Escuela de Relaciones Laborales de Jerez y dirige el Grupo Universitario de Investigación Social (GUIS), que ha realizado un exhaustivo trabajo sobre la conducta de los menores andaluces. En ese estudio aparece que el 80,7% de los menores considerados conflictivos, considerados violentos, consumen alcohol habitualmente. A partir de ahí, se cruzan los datos para relacionarlos con la familia y arroja que el 55% de los chavales que reconocen sus conductas de riesgo cuentan con progenitores sin formación. No existe un dato fiable sobre las familias desestructuradas, que abarcan cualquier formación, pero Carrión está convencido de que “el principal factor de protección para un joven es la familia y si la familia no está... En las encuestas se nota en esos factores de riesgo la ausencia del padre”.
Las leyes que protegen a los menores del alcohol complican el acceso a él, pero una ley no puede luchar contra los hábitos. En las últimas barbacoas del Carranza se podía observar a menores de edad bajando a la playa con bolsas de plástico en las que no faltaba el ron, la bebida de moda. Seguramente, es el mayor botellón anual (y permitido) del país. En la pasada Feria de Jerez, dentro de los partes de la Cruz Roja, figuraron los habituales comas etílicos y atenciones por exceso de bebida. Una buena parte de los atendidos eran menores. Borracheras muy malas. Un rito de iniciación en las principales fiestas de la provincia.
¿Quién vende a los menores? Pregunto en un supermercado de la Avenida, en Cádiz, donde figura el cartel prohibido vender bebidas alcohólicas a menores de 18 años y contestan en caja con una lógica aplastante. “Si viene un crío, le digo que a dónde va, pero no puedo pedir el carné a todo el mundo. El que compra con 18 años da de beber a todos sus amigos de 17 y 16”. Cada año las policías locales levantan un par de decenas de actas de infracción por vender alcohol a menores, pero, en realidad, ¿quién puede controlarlo? La preocupación social es que los niños no monten escándalo, que no molesten.



La Federación de Bebidas Espirituosas, FEBE, llama al consumo responsable porque sabe que cada joven borracho que causa problemas es un baldón para su imagen. Ellos saben que entre el grupo de los 18 y los 25 años se “se mantiene una relación con el alcohol poco controlada. Lanzamos nuestros mensajes para que entiendan que tiene que existir un control en el consumo. Es el segmento más delicado”. FEBE subvenciona la Fundación Alcohol y Sociedad, que se dedica a dar charlas en los institutos de Secundaria sobre los riesgos del consumo. María José, orientadora en San Fernando, alaba el trabajo que realizan: “Ponen granitos de arena. Tienen un grupo de gente joven muy preparada que da charlas muy amenas, que hablan de lo que a los chicos les interesa y en muchos de los chicos el mensaje cala. Mejor eso que no hacer nada”.
La discoteca Holliday de Cádiz se ha apuntado un tanto ofreciendo un botellón en su interior. En Conil y Vejer se prohibió el botellón en la calle y una discoteca cercana, El Cortijo, cogió el testigo, valló un pinar y permitió el botellón previo pago de una entrada. En ese vallado, en el que está prohibida la música y los porros, se meten centenares de chicos. Ocio juvenil es sinónimo de botellón.
“¿Nuestros hijos se fríen el cerebro con alcohol porque son gilipollas o porque buscan un espacio propio?” Quedo con Alberto Matilla, presidente de ARCA. Matilla tiene una biografía que es la orografía de una etapa alpina del Tour, con momentos de buena y mala suerte. Mira hacia atrás. Hace ocho años que se dedica a ayudar a los demás. No es un talibán del antialcoholismo. Es la hora del café y ofrece acompañarlo: “¿Bebes? Por mí no te cortes”. “Sólo bebo acompañado”. “Ah, no. Eso no”. Sus experiencias con el alcohol son malas, así de simple. “Si algo no te hace bien, mejor no tocarlo. Igual que la sal, el azúcar... no son malas en sí mismas, pero hay gente a las que no le sientan bien”. Es muy gráfico rechazando viejos métodos: “No entiendo ese modelo americano del alcohólico anónimo de hola, soy Pat Stevens y soy alcohólico. Bueno, y qué. No entendemos que existen dos problemas, uno es el alcoholismo, que es un problema médico, y otro es el exceso en el consumo de alcohol, que deriva en un problema social. Son cosas distintas”.
Matilla trabaja con un equipo de profesionales -médicos, psicólogos, trabajadores sociales...- que cuenta con medio millar de historias clínicas. No hay ninguna de ellas de un menor, pero ellos saben que es lo que necesita un seguimiento más intenso. “Algo se nos está escapando de las manos. No beben más menores que antes, pero los que beben lo hacen en menos tiempo, de forma más compulsiva”. Su teoría es interesante: “Estudié en Granada a mediados de los 70. Los bares eran antiguas bodegas, muy grandes, lugares en los que se podía charlar. Ahora los bares son pequeños y la música está muy alta. No son lugares para charlar, son lugares para consumir”.
Su asociación recibe numerosas consultas de padres que indagan sobre la conducta de sus hijos. “El problema que tenemos es que los jóvenes no tienen la conciencia de riesgo. Beber es placer y los humanos no renunciamos a ello. Los menores tienen un cerebro en formación y les decimos que la droga les destroza. Pero hacemos una distinción: alcohol y drogas. Esa distinción no es tal. El alcohol es una droga. Los jóvenes tienen que saber que meterte una raya de cocaína es malo, que ataca algunas partes del cerebro que no vas a recuperar. Del mismo modo, tienen que saber el alcohol es una marea en el cerebro. No afecta a una parte, afecta a todas. El alcohol sin control no es ninguna libertad, es una prisión. Y si tomas una copa corres el riesgo de no poder detener el grifo. Una copa pide otra. El principal cambio en los últimos años es que el alcohol entre los jóvenes no es un elemento socializador que te permite romper la timidez. La borrachera para muchos jóvenes es un fin en sí mismo, salen y dicen voy a pillarla”. Matilla no pretende crear alarmismo: “En esta sociedad los menores siempre han bebido. El problema no es el alcohol, el alcohol es es el síntoma”.
¿Es realmente así? Apunten esta otra visión. Enrique es un profesor de Secundaria que desde hace años se apunta a llevar a los alumnos al viaje a fin de curso. Siempre va a Roma. “Vaya pesadez aguantar las borracheras de los niños”. “Qué va – me dice-, eso era antes. Los de ahora no se emborrachan. Los niños de ahora sólo tienen una obsesión: consumir, comprar”.
Jesús empezó a beber a los 16 años, según cuentan las trabajadoras sociales que le trataron después de dejar casi sin ojo a un joven de un botellazo. Era un chico difícil, pero podía ser dócil. Admitía dificultades para encontrar amigos porque cuando bebía se acababa peleando con ellos. Mal vino. Cuando le preguntaban que, entonces, por qué bebía, siempre contestaba que lo hacía para poder estar con sus amigos. “¿Qué amigos, Jesús?” Y entonces él se callaba.
Fuente: Diario de Cádiz

1 comentario:

  1. Agradezco al autor del artículo Pedro Ingelmo y al titular del Bolg por reproducirlo. Ciertamente creo que aún no queremos deternos a reflexionar seriamente sobre el consumo de alcohol, sus consecuencias y el abordaje de la adicción al alcohol. Ahora la situación apunta a un caos sociao laboral que está afectando de manera directa a que la población consumidora adquiera y desarrolle un patrón aún más peligroso de consumo. Por contra, los recursos con los que venimos contando los que trabajamos en este sector de forma pública y gratuita viene siendo paulatinamente recortados e insuficientes.

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