
Durante estos años, han convivido con las humedades, con el terrible sonido del crujir de las vigas y hasta con las decenas de cucarachas que salen por cualquier lugar de la casa. «La última vez que limpié a fondo la cocina maté por lo menos a 40», confiesa resignado Francisco Soto, el cabeza de familia.Ni las continuas quejas de los vecinos ni los sucesivos episodios de caídas de techos en la finca hicieron reaccionar al propietario, que ahora realiza algunos apaños para no tener que afrontar durante más tiempo los gastos del realojo forzoso de la familia Soto. Eso sí, hasta ahora nadie les ha dicho quién va a pagarles los 70 euros que a diario se gastan en comer en la calle. Esas facturas, que van en el bolsillo del pantalón de Francisco, se pasean de un lugar a otro sin que nadie responda al respecto, como tampoco nadie contesta a la pregunta de por qué se ha llegado a esta situación, del por qué se permite que tantas familias vivan en estas condiciones infrahumanas.Mientras esperan una respuesta y una solución a su eterno problema, Francisco, Dolores, sus tres hijos, su nuera y sus dos sobrinos siguen vagando por la Pensión Cádiz, con la única ayuda desinteresada que la de su dueño, Adolfo, que al menos les hace este trago más llevadero. Mientras tanto, seguro que Cascana, el rebelde chirigotero, está tomando buena nota para contarle a Cádiz que mientras la ciudad se viste de gala para la celebración de una Constitución histórica, algunos de sus vecinos aún siguen sin tener derechos que se consiguieron a lo largo de estos 200 largos años, como el de una vivienda digna y un trabajo. Y es que ya lo decía su chirigota: «De qué me vale la prosa si donde vivo ya es un poema; mi casa se viene abajo».
Fuente: La Voz de Cádiz
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