
Asombro. También ocurre la sorpresa. El atraco de lo inesperado. Once jóvenes estudiantes de danza, diez chicas y un chico, en extrañas contorsiones en la plaza. El Festival Cádiz en Danza, señoras y señores. En plena Plaza, anunciándose, tomándola. Causando el revuelo entre carros empujados por jóvenes y ancianos. Niños de ojos limpios. Mayores de miradas enturbiadas por las líneas magníficas de las bailarinas. El clásico sátiro. La clásica madre. La clásica pareja que hace la compra de la semana. Todos, asombrados, maravillados, por el espectáculo matutino creado por el coreógrafo gaditano Pablo Fornell que no pierde cuenta del trabajo de sus pupilos.
La música enlatada viaja entre la carne, la fruta y el pescado. Desde sones jazz, a inspiraciones flamencas, pasando por melodías sinfónicas. Suenan en la Plaza como cantos de sirenas que reúnen a la gente en pos de los bailarines que trasladan a sus cuerpos el lenguaje musical. Transformación terrenal. Cosas de la danza contemporánea.
"Y, ¿esto para qué es?". "¿Luego dan algo?". "¿Esto es todos los sábados?". La gente se para, pregunta y, oh milagro, se queda. La gente se queda clavada. Mirando. "Oye que bonito, ¿no?". Algún foráneo que va de gracioso hasta intenta participar y emular con poco arte las poses de los danzarines. Un dependiente protestón habla para todos, para nadie. "Aquí se viene a comprar, hombre". Cuestionable. Nuestra Plaza tiene más hechuras de foro romano que nunca. De ágora griega que los estudiantes recorren desde las puertas del pescado, al puesto 61, a un espacio cerquita al botiquín, al puesto 77... Con sus vueltas, sus piernas alzadas, sus brazos liberados, con mayor o menor destreza. Pero con tesón y frescura. La misma con la que invitan a bailar a los espectadores a los que toman rompiendo el círculo. Tan natural como la vida.
Fuente: Diario de Cádiz
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